Sentimiento
descubierto
Y, tras una milésima de momento un poco más larga que el resto de las veces volví a despertar. Pero esta vez había una diferencia. Acababa de resucitar en mi mismo cuerpo, cosa que nunca antes había sucedido. Y, lo que era más importante, tras la experiencia tenía la absoluta certeza de que ya nunca más volvería a vivir otra vida que no fuera esta. Por desgracia no me quedaba demasiado tiempo en ella. Cuando fui a incorporarme para decirle a Jessica que todo había salido bien, que ya era libre, que la quería, sobre todo que la quería, me desplomé.
Al volver a despertar me encontraba en una de las habitaciones del hospital y ella se encontraba a mi lado. Al ver que yo despertaba me relató, con los ojos rojos de tanto llorar, lo que ocurría.
– Algo salió mal y volviste con un fallo muy importante en los principales órganos de tu cuerpo, hígado, riñones, pulmones, … Los médicos te operaron de urgencia y ya ves que has despertado pero todos están seguros, y me temo que a mí tampoco me queda otra alternativa más que darles la razón, de que los daños han sido tan graves que de aquí a dos, tres días a lo sumo, sufrirás otro colapso, esta vez irreversible.
Se supone que al oír esas palabras debería haberme puesto a llorar desconsolado y a pedir alguna alternativa… Pero por algún motivo estaba tranquilo. Sabía que esta vez era la definitiva y, por suerte, tenía la posibilidad de vivir dos días con la seguridad plena de que la maldición había acabado ya que había tenido la, aún mayor suerte, de encontrar al amor verdadero. Y podía vivir esos dos últimos días libre y con lo más increíble que puede suceder a mi lado, en forma de una mujer preciosa y encantadora. Y así se lo dije.
Al principio alucinó cuando le pedí que disfrutáramos esos dos días con todas nuestras fuerzas. Pero finalmente aceptó mi propuesta y escapamos del hospital a la carrera. Pasamos el primer día y la primera noche moviéndonos sin parar, de un sitio para otro, viendo todo, amándonos, besándonos, duchándonos bajo una catarata y cantando en mitad de una gran avenida, bailando desnudos a la luz de la luna.
Hasta que, al llegar la tarde del segundo día nos quedamos sin fuerzas y entramos en una cafetería a reponer fuerzas. Al hacerlo vimos que todo el mundo observaba atento el televisor así que nosotros también fijamos la vista en él. Al parecer había ocurrido una grave tragedia en un colegio de Valladolid: 30 niños habían muerto y otra veintena más se hallaban en estado grave o crítico debido a un derrumbamiento en una de las alas. Además el número de heridos leves o moderados hacía aumentar la cifra total de niños afectados a cien.
Cuando nos repusimos del shock Jessica y yo nos sentamos en una mesa y ella me comentó:
– ¡Dios mío! Me siento terriblemente dolorida por que tu vayas a desaparecer, también me parece una tragedia increíble lo que acabamos de ver, y además no puedo evitar pensar que podía haber hecho algo más (no por ellos pero si por ti). – a lo que traté de interrumpirla pero no me dio tiempo. – ya, ya. Sé que no es por mi culpa y todo eso pero déjame acabar. Iba a decir que pese a todas esas tragedias tan dolorosas en mi cabeza, y créeme que las tengo muy presentes, no puedo llorar. Quiero hacerlo, tengo ganas de soltarlo todo en un largo llanto… Pero no puedo. En vez de eso lo que quiero es retomar fuerzas y volver a salir a la calle a disfrutar cada segundo porque cualquiera puede ser el último.
– Pues estoy de acuerdo contigo, cojamos fuerzas y ¡a la calle! Además para llorar ya habrá tiempo. Al fin y al cabo ya lo dijo algún poeta: “Cuando quiero llorar no lloro y, a veces, lloro sin querer.”
Al volver a despertar me encontraba en una de las habitaciones del hospital y ella se encontraba a mi lado. Al ver que yo despertaba me relató, con los ojos rojos de tanto llorar, lo que ocurría.
– Algo salió mal y volviste con un fallo muy importante en los principales órganos de tu cuerpo, hígado, riñones, pulmones, … Los médicos te operaron de urgencia y ya ves que has despertado pero todos están seguros, y me temo que a mí tampoco me queda otra alternativa más que darles la razón, de que los daños han sido tan graves que de aquí a dos, tres días a lo sumo, sufrirás otro colapso, esta vez irreversible.
Se supone que al oír esas palabras debería haberme puesto a llorar desconsolado y a pedir alguna alternativa… Pero por algún motivo estaba tranquilo. Sabía que esta vez era la definitiva y, por suerte, tenía la posibilidad de vivir dos días con la seguridad plena de que la maldición había acabado ya que había tenido la, aún mayor suerte, de encontrar al amor verdadero. Y podía vivir esos dos últimos días libre y con lo más increíble que puede suceder a mi lado, en forma de una mujer preciosa y encantadora. Y así se lo dije.
Al principio alucinó cuando le pedí que disfrutáramos esos dos días con todas nuestras fuerzas. Pero finalmente aceptó mi propuesta y escapamos del hospital a la carrera. Pasamos el primer día y la primera noche moviéndonos sin parar, de un sitio para otro, viendo todo, amándonos, besándonos, duchándonos bajo una catarata y cantando en mitad de una gran avenida, bailando desnudos a la luz de la luna.
Hasta que, al llegar la tarde del segundo día nos quedamos sin fuerzas y entramos en una cafetería a reponer fuerzas. Al hacerlo vimos que todo el mundo observaba atento el televisor así que nosotros también fijamos la vista en él. Al parecer había ocurrido una grave tragedia en un colegio de Valladolid: 30 niños habían muerto y otra veintena más se hallaban en estado grave o crítico debido a un derrumbamiento en una de las alas. Además el número de heridos leves o moderados hacía aumentar la cifra total de niños afectados a cien.
Cuando nos repusimos del shock Jessica y yo nos sentamos en una mesa y ella me comentó:
– ¡Dios mío! Me siento terriblemente dolorida por que tu vayas a desaparecer, también me parece una tragedia increíble lo que acabamos de ver, y además no puedo evitar pensar que podía haber hecho algo más (no por ellos pero si por ti). – a lo que traté de interrumpirla pero no me dio tiempo. – ya, ya. Sé que no es por mi culpa y todo eso pero déjame acabar. Iba a decir que pese a todas esas tragedias tan dolorosas en mi cabeza, y créeme que las tengo muy presentes, no puedo llorar. Quiero hacerlo, tengo ganas de soltarlo todo en un largo llanto… Pero no puedo. En vez de eso lo que quiero es retomar fuerzas y volver a salir a la calle a disfrutar cada segundo porque cualquiera puede ser el último.
– Pues estoy de acuerdo contigo, cojamos fuerzas y ¡a la calle! Además para llorar ya habrá tiempo. Al fin y al cabo ya lo dijo algún poeta: “Cuando quiero llorar no lloro y, a veces, lloro sin querer.”
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