miércoles, 22 de septiembre de 2010

La muerte del genio (I)

En el reino perdido de Senalad exisitía la leyenda hecha realidad. Allí tenían, en una monumental fuente que marcaba el punto central de la ciudad, a un ser de leyenda. Encerrado en sus límpidas aguas se encontraba el último genio del mundo.
A cambio de cualquier moneda, aunque fuera la de menor valor, el genio estaba obligado a cumplir tu deseo siempre que éste cumpliera unas pocas condiciones:
  1. Que el deseo no chocara frontalmente contra el deseo de otra pesona
  2. Que el deseo hiciera que alguien obtuviera poderes
  3. Que el deseo no llevara a obtener más deseos.
Al final, estas condiciones eran tan genéricas, y era tan fácil pedirle un deseo al genio, que toda la ciudad le acababa pidiendo una media de 2 deseos al día. Por lo tanto, el genio estaba muy esclavizado (esclavizado porque cumplir cada deseo le costaba mucho esfuerzo... aunque no es suficiente para que cayera rendido). Y, por supuesto, estaba encerrado (encerrado en esa fuente, rodeado de monedas de un valor insignificante). Y, pese a todo, dada la gran cantidad de deseos de todo tipo que recibía al día, actuaba de juez y ejecutor de la ciudad.
Bajo su influencia, y aunque a veces el caos producía inconvenientes, la ciudad era la más prospera de todo el mundo.

Pero el genio, cada vez estaba más cansado. Por culpa de su condición era incapaz de parar de cumplir deseos, pero cada vez que cumplía uno él se iba consumiendo más y más. Mucha antes de que los que aún vivían hubieran nacido el ya era un sombra de lo que un día fue.

Él deseaba, por encima de todas las cosas, desaparecer para siempre. Pero, obviamente, no había ni un solo ser, exceptuándose a si mismo, que lo deseara...
¿O quizás si?

Continuará

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