lunes, 8 de febrero de 2010

Capítulo 1: el advenimiento (II)

Las crónicas del laúdico exiliado.

No quisiera llenar este relato con descripciones de las características que nos diferencian del resto de seres humanos. Sin embargo creo que, en este punto, se hace necesario una explicación ya que, si finalmente tengo que optar por hacer público este documento, en venganza contra las altas instancias de mi pueblo, sería dificil, sino imposible, que la humanidad lo entendiese sin lo que prosigue.

Según nuestra "especial" naturaleza la concepción, embarazo y nacimiento no suceden de la misma forma que para el resto de los humanos. En primer lugar, la concepción, sucede en dos partes. La primera de ellas es, al igual que para nuestra especie hermana, yaciendo juntos y siendo uno solo compartiendo el cuerpo. Sin embargo, en nuestro caso, es necesaria una segunda fase: el hombre debe dar su espíritu para que, unido a la simiente de ambos, la nueva vida empiece a desarrollarse.


En cuanto al embarazo es, aún, más singular. Si para las mujeres al uso dura nueve meses, para las de nuestra especie se produce en, tan solo, nueve horas. Por último, el parto, es la fase más similar de las tres. La única diferencia es que, pese a que nuestro desarrollo como fetos se produce a una velocidad más elevada, en el momento del parto aún somos algo más pequeños que nuestros congéneres humanos. Gracias a esto el parto, aunque doloroso y traumático, no lo es tanto como en el caso de los embarazos habituales.

Por tanto, nuestra madre, percatada TOTALMENTE de lo que había ocurrido comenzó la difícil tarea (más complicada aún por el hecho de estar en un estado tan deleznable) de prepararse para mi llegada. Por suerte, en el callejón, había un gran cubo de basura orgánica a rebosar de deshechos. Pese a las naúseas producidas por el hedor, por el dolor físico y, sobre todo, por el dolor que sufría en el pecho, consiguió alimentarse de forma pantagruélica. Aún así, las necesidades de alimentación en ese momento eran tan elevadas que tanta comida fue paupérrima comparada con la que podría llegar a comer una hembra de nuestra especie durante las horas de gestación.

Fueron horas muy difíciles para ella: sola, desvalida, sin mayor protección contra el frio que unas ropas horadadas por la espada. Su única compañía era un estoque que, pese ha haber bebido tanta sangre caliente, estaba tan fría como un témpano de hielo. Aunque poco a poco iba creciendo en su interior otro ser vivo....
O, al menos eso creía nuestra madre.

En su interior, sin que ella llegara siquiera a intuirlo, había ocurrido un hecho sin precedentes en nuestra especie. No se estaba gestando un único bebé, sino que estaban compartiendo útero y crecimiento, dos hermanos mellizos: mi hermana y yo.
El momento del parto llegó cuando el cielo empezaba ligeramente a mostrar que, por la lejanía, se acercaba un día distinto al anterior, un día en el que brillaría, con fuerza, el astro rey.




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