Existe un lugar, alejado de la civilización, en un pueblo que rondaría los 150 habitantes (en todo el municipio de Martín Miguel hay 266 habitantes y dicho municipio consta de más pueblos/aldeas/llámales X), un lugar, repito, en el que se encuentra la casa rural de la depravación y de la fiesta descontrolada....
Sin embargo, antes de pasar a detallar las escenas más escabrosas de lo sucedido en aquél paraje empezaré relatando unos breves antecedentes que dan sentido a este escalofriante relato.
El fin de semana de San Valentín, mi novia y yo partíamos hacia una tranquila casa rural en la cual nos esperaban grandes habitaciones, un salón con chimenea, hilo musical hasta en el baño y un jacuzzi nada despreciable (capaz de albergar hasta 8 personas) que se hubicaba en un precioso patio que rodeaba al edificio de la casa.
Sin embargo, esto que podría parecer el principio de un fin de semana romántico era algo totalmente diferente. Diferencia que, básicamente, se podía resumir en dos detalles:
- Íbamos mi novia, yo..., y otros 14 colegas más (con una proporción perfecta de chicos y chicas entre los cuales solo estábamos dos parejas)
- Habíamos hecho la compra con antelación y, además de comprar carne, pollo y choricitos para hacer barbacoa, habíamos comprado un poquito de líquido elemento para que nuestros resecos gaznates tuvieran algo de refrigerio... concretamente se compró alcohol a una proporció de 70cl per cápita, es decir, botella por persona.
Por lo tanto, la romántica pintura inicial cambio, radilcamente, por lo que, efectivamente, se convertiría en una fiesta más propia del dios Baco que de simples mortales.
El frío con el que nos recibió aquel pueblo, propio de estos días, se palió, rapidamente, con ayuda del jacuzzi, del ron en unos casos, whisky en otros, y, como no, del calor humano.
Por un lado el humo, producto de cigarrillos, puros, una cachimba y ¡qué se yo que más!. Por el otro vasos y vasos, de todos los tamaños y colores. Y para comer, varias tortillas de patata, de increíble tamaño y decenas y decenas de croquetas.
La baraja de póker se movía rápida en manos de unos profesionales que, a falta de fichas, jugaban con palillos de a 0.20€ Mientras tanto, muchas de las féminas y algún que otro hombre ejercitaban su flexibilidad con un satánico juego denominado twister.
Al final de esa primera noche, unas risas, mucha algarabía, alguno que otro entablando amistad con cierta pieza de porcelana y, finalmente, el sueño reparador.
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