El taxista necesitaba el dinero. El negocio cada vez estaba peor y, más de un día y más de dos, tenía que comer, solo una vez al día, un triste plato de arroz con salchichas.
Ella estaba triste. Su jodido padre, ese maldito cabrón, inflado de dinero, y tan vacío de sentimiento, no solo no quería ayudar a Fede, sino que le había prohibido, ¡A ELLA!, con sus 25 añazos, que se viese con él.
El taxista quería hasta la locura a Silvia. Sin embargo ella era alguien importante. Su padre, ese ser despreciable, era, prácticamente, de la nobleza, y, gracias a ello, Sil tenía, con tan solo 25 años, dos carreras, un máster y tantos buenos contactos como cualquier gran empresario de éxito.
Ella no lograba creerse que hubiera sido capaz de concebir un plan tan descabellado... a la par que genial. Sabía, y no era un capricho pasajero, que prefería luchar contra viento y marea con tal de poder estar con su amor.
El taxista se lanzó a la calle, después de haber dormido solo durante 4 horas, en busca de algún pasajero al que llevar.
Ella se puso a llorar. Cuando creía que había logrado llevar a cabo su plan apareció su padre. No solo le desbarató su plan sino que, demostrando que iba varios pasos por delante de ella, manipuló su telefono movil, eliminando el teléfono de Fede, bloqueó todas sus cuentas corrientes, y, en definitiva, encarceló a la pobre Silvia en una jaula que, aún sin barrotes, le impedía volver a contactar con él o hacer nada sin que su padre lo permitiera.
El taxista encontró a una pareja de ancianos que necesitaba un viaje. Por desgracia, con el poco tráfico existente, y con lo cerca que estaba el destino, no logró recaudar más de 6 euros, propina abundante incluída. Además estaba en un barrio residencial en el que, siendo día festivo, tendría grandes dificultades en encontrar nuevos clientes así que, deprimido, empezó a salir de aquél barrio, hacia alguna zona más concurrida, mientras ojeaba por si había alguien necesitado de un taxi.
Ella se fue a caminar, con un móvil con el que solo podía llamar a quien su padre había permitido, una cartera sin tarjetas, en las que solo asomaba un billete de 5€ y un pesado dolor por haber perdido a Fede... sin haber podido despedirse.
El taxista vio a una hermosa joven paseando triste.
Ella vio un taxi y un taxista que parecía no haber dormido durante todo lo que llevamos de año.
El taxista tardó otros 5 segundos en darse cuenta de que ella era Silvia.
Ella se dio cuenta de que el taxista era Federico solo cuando vio como le cambiaba la cara al verla.
Yo pase rápidamente con el coche y les vi. Se habían comprado un red-bull para él, un tercio de cerveza para ella, y estaban abrazándose junto al taxi mientras que, la luz verde, la lata, y la botella, miraban encandilados a los dos amantes.
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