lunes, 8 de marzo de 2010

Sin penas

A continuación presento otra de mis "recuperaciones" de mi anterior blog. Espero que a los lectores que ya lo conocían les agrade volver a leerlo y que, a lo nuevos lectores, se les ocurran críticas (a ser posible constructivas) que me ayuden a mejorar este tipo de relatos cortos en los que, desde mi punto de vista, la ciencia ficción es solo un instrumento para contar una historia que, creo, es más cercana que lo que a muchos nos gustaría.


"Dedicado a todos aquellos que están sufriendo por sus seres queridos. Por que aguanten sin hundirse y para que logren salir adelante por sus propios medios. (Y la ayuda de los buenos amigos, eso siempre)"
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– ¿Se siente cansada, señora? ¿El mundo se le cae encima? ¿Está harta de tanto llorar? ¿La vida le da revés tras revés? ¡Tengo la solución! Entre cuando quiera a mi tienda e infórmese sin compromiso.– Y, sin añadir nada más, la pequeña mujer entró en su local.
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Diana salió a las nueve y media de la noche del enorme edificio de las oficinas de LUCASE Enterprise®. Aún así lo peor no era la hora, ya bastante terrible para una oficinista de categoría C (el escalafón más bajo de la empresa); lo peor es que era domingo y ella no había podido pasarse ni un segundo a visitar a su padre al hospital.
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Juanjo, subdirector de sector del departamento de servicios de NanoSoft® (una de las muchas filiales del grupo XeCheSoft Corp.®, propiedad, a su vez, de LUCASE Enterprise®), se sintió a gusto después de lo que le había hecho a una de las oficinistas a su cargo. A base de embustes, fechas de entrega imposibles, ruegos y amenazas veladas logró convencerla para que trabajara en el informe. Sin embargo, no contento con que hiciera en dos días súper intensivos lo que él había podido hacer desde hacía dos meses, trató de forzarla.
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Ella terminó el informe a las ocho y media de la tarde. Pese a ser día festivo las oficinas seguían abiertas, y así seguirían las 24h.”Estamos en la mejor empresa del sector de la tecnología digital. Eso sólo se consigue porque siempre hay alguien trabajando, querida.” Recordaba perfectamente esa frase, la primera que le había dicho su jefe para convencerla de que fuera a trabajar el fin de semana completo.
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Él había llegado a las oficinas a las ocho y cuarto. En lo que tardó en colocarse y leer el correo llegó Diana con el informe. Tras hojear las 250 páginas en menos de dos minutos se acercó a ella. Con lo cansada que estaba, tanto física como mentalmente, le fue fácil conseguir lo que quería.
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Cuando por fin llegó a casa eran más de las 11 –Su línea de Metro se había estropeado y había tenido que ir haciendo 3 transbordos–. Al llegar, explotada laboral y físicamente, encontró a su novio semi-borracho y muy enfadado. Soportó más de una hora de discusión, en la que se vio obligada a conceder todo. Después se fue a dormir, sin embargo no lo hicieron juntos. Él se quedó con la cama de matrimonio y ella no tuvo más remedio que dormir en el sillón.
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Se levantó con el cuerpo totalmente dolorido. Había pasado la mitad de la noche dando vueltas sobre sí misma (no había más sitio) y la otra mitad llenando los cojines de lágrimas. La bronca de su novio, su padre recién operado, la falta de descanso, los abusos de su jefe… Cuando su mente empezó a barajar las distintas opciones de suicidio recordó a la señora de la tienda y su extraña publicidad “¿Se siente cansada?... ¿La vida le da revés tras revés?...”
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El lunes fue igual de malo que el fin de semana; tuvo que trabajar horas y horas, su jefe volvió a abusar de ella y los informes del médico de su padre (solo pudo hablar un segundo con su madre por teléfono) no fueron muy halagüeños. Todos estos infortunios la hicieron recordar a la tendera una y otra vez, cada vez con más frecuencia. A la tarde ya estaba decidida a pasarse por allí para ver el horario que tenía.
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Pese a lo destrozada que estaba, y a la hora, volvió a salir más tarde de las nueve, cumplió con lo que había pensado y pasó por la tienda. ¡Aún estaba abierta! Estuvo a punto de arrepentirse cuando ya estaba en la puerta, pero la señora de la tienda la vio y salió para conducirla, de manera muy amable, al interior.
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La tendera conocía perfectamente al tipo de personas que reaccionaban a su reclamo y, por lo tanto, logró convencer a Diana de las maravillas del tratamiento en un tiempo despreciable. La chica estaba preocupada por los posibles efectos secundarios, ya que pronto se convenció de que funcionaba y no dolía, pero ella la convenció, con todo tipo de argumentos, de que no existía ningún peligro a posteriori.
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El día siguiente fue el mejor en la vida de Diana. Su jefe volvió a sobrepasarse, a media tarde la llamaron del hospital con las peores noticias, al pasar por la tienda la confesaron que si había un efecto secundario, la había dejado estéril de por vida y, finalmente, al llegar a casa el novio, más bien ex, la echó (la casa era de él). Y, sin embargo, fue un día perfecto. Gracias al método de la tienda no sintió ninguna pena por todas estas catástrofes. Simplemente no sintió nada. El dolor mental, el que hace que todo tenga color aunque sea un color triste, había desaparecido de su vida.
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Final.

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